Bravo comenzó el repertorio con tres polonesas de Federico, un espléndido inicio fortísimo, para después hacer saltar a los oyentes hacia los sones latinos de Villalobos y Piazzolla. De éste último, el famoso Adiós Nonino. Después de un descanso, continuó con tres piezas de Mompou, y después Sevilla, de Albéniz y la españolísima Danza del Molinero, de Falla. Para terminar, el Claro de Luna, de Debussy, con la suavidad selenita de un maestro. No se quiso despedir el maestro sin antes hacer un homenaje a Mercedes Sosa, tocando a Alfonsina, y a Víctor Jara, con la Plegaria a un Labrador.
ENTREGA DE DISTINCION
En la oportunidad el Gran Maestro, Juan José Oyarzún, entregó un reconocimiento al destacado pianista en atención a su trayectoria, vocación y en el apoyo en la preparación de nuevos talentos. Este reconocido intérprete, se ha unido a otras figuras nacionales en la tarea de crear la “Fundación Roberto Bravo”, entidad destinada a ayudar a través de becas, cursos y seminarios, a los jóvenes talentos musicales chilenos que no cuenten con recursos financieros para seguir sus estudios.
Roberto Bravo es discípulo del connotado pianista chileno Claudio Arrau, con quien estudio en los Estado Unidos. Bravo, comenzó su formación musical en el Conservatorio Nacional de Santiago con Rudolf Lehmann, luego continuó en los Conservatorios de Varsovia (Polonia) y Tchaikovsky de Moscú (Rusia) y en Londres (Inglaterra).