Discurso del Muy Poderoso Soberano Gran Comendador (21-Mar-2010)
HONORABLES MIEMBROS DEL PRESIDIUM, REPRESENTANTES DE LAS ORGANIZACIONES Y ASOCIACIONES PROGRESISTAS DE MÉXICODAMAS Y CABALLEROS CIUDADANOS DISTINGUIDOS DE LA REPUBLICA, TODOS:
Con el equinoccio de primavera, conmemoramos los mexicanos en esta fecha, el natalicio de Don Benito Juárez. Recordamos al héroe “en cuyas sienes el sol grabó su cuño”, como decía el poeta Carlos Pellicer. Rendimos homenaje al más grande estadista que haya nacido en México, convertido por sus virtudes en ejemplo universal del pensamiento, la palabra y la praxis progresistas.
Evocar y honrar la figura del Gran Juárez, a doscientos cuatro años de su nacimiento, es un acto republicano de admiración y reconocimiento del pueblo de México a un hombre excepcional, sin duda, el Gran Maestro Constructor del Estado moderno, del Estado laico, en nuestro país.
Es ésta una conmemoración de enorme relevancia histórica, pues en este año celebra la Nación, además del Bicentenario del inicio de la insurgencia por la independencia y el Centenario del inicio de la Revolución Mexicana, el Sesquicentenario del Triunfo de la Reforma, el movimiento histórico del país, liberador de la conciencia de los mexicanos y modelo para los hombres y los pueblos del mundo.
Concurrimos a este solemne acto cívico, porque guardamos viva en la memoria la gran epopeya de Juárez y su generación.
Venimos a recordar un pasado que nos enorgullece, forjado en la fragua de la lucha contra el oscurantismo y el retroceso; y venimos también, a refrendar nuestra filosofía progresista ante este monumento levantado a la memoria del Benemérito de la Patria, del Benemérito de las Américas.
Del pensamiento, la palabra y el actuar de Juárez, de su valor, lealtad, patriotismo y convicción reformadora, se ha nutrido la vocación progresista del pueblo de México.
Benito Juárez siempre será para nosotros el paradigma del patriotismo; de la honradez, la dignidad y el decoro de la República. Siempre será nuestra inspiración por su carácter indomable, por su valor y su talento.
Juárez seguirá siendo el gran símbolo de la ideología del progreso para combatir a la reacción y al conservadurismo, enemigos históricos de la República. Juárez será, en la mente de las nuevas generaciones de mexicanos, conductor y guía en la lucha por la libertad, la igualdad y la justicia.
Por ello, que trágico, irracional y antihistórico resulta que desde las más altas esferas del gobierno, se pretenda relegar la celebración cívica más importante en este año, la del Sesquicentenario del Triunfo de la Reforma, que significa, ni más ni menos, la conmemoración de los ciento cincuenta años que hemos vivido los mexicanos en un Estado Moderno, secularizado y desclericalizado, es decir, en un Estado Laico.
De la mayor trascendencia resulta para la vida institucional de México celebrar en este año el triunfo de la Reforma, ocurrido cuando el ejército del gobierno constitucional, al mando del Gral. Jesús González Ortega, derrotó a las huestes golpistas del conservador Miguel Miramón, en Calpulalpan, el 22 de diciembre de 1860, recibiendo el Presidente Juárez, en la Ciudad y Puerto de Veracruz, dos días después, el comunicado de lo ocurrido.
Pero digámoslo fuerte y claro: la Reforma no solo fue una guerra civil para separar Estado e iglesia; si solo ese fuera el significado histórico de la Reforma, no habría mucho que celebrar. La Reforma, en una visión amplia de nuestra historia, fue el punto de quiebre del modelo heredado de la colonia española, que mantuvo por más de tres siglos a la religión y al clero como instrumentos de control social para la explotación económica y la dominación política, al servicio de una clase.
Por esa razón, a los herederos de los conservadores, actualmente agazapados en el gobierno de la República, les ha resultado impensable celebrar el Sesquicentenario del Triunfo de la Reforma; pero, además porque ello significaría rendir homenaje a la heroica generación de mexicanos que pensó, planeó y ejecutó el gran proyecto liberador de México: la Reforma progresista del Estado mexicano, encabezada por el más ilustre de nuestros conciudadanos, el Presidente Benito Juárez.
Por eso, hay que repetírselo al partido de la reacción nacional y a su gobierno conservador y de derecha, será imposible cercenar y mutilar nuestra historia, como igualmente imposible resultará pretender borrar de ella la figura gigante de Benito Juárez.
En la cruda y descarnada confrontación del siglo XIX mexicano entre dos corrientes ideológicas y dos proyectos económicos, políticos y sociales, que sobreviven hasta nuestros días, fue el Partido de los Puros, el de los reformadores radicales, quienes prepararon el nacimiento del Estado moderno; y su doctrina filosófica y principio ideológico fue el laicismo; en estricta justicia son ellos, los padres de la corriente laicista mexicana.
Así, el laicismo nutrió la lucha por la supervivencia de la República, ante las acechanzas y las invasiones extranjeras; y el Estado Moderno fue el camino para darle viabilidad a la Nación Mexicana.
Después de esas duras pruebas, el laicismo devino en decisión política fundamental, hoy firmemente arraigada en la conciencia de los buenos mexicanos, aunque seguimos librando la gran batalla para introducirla en nuestra Constitución; pero, en esta doctrina filosófica y principio ideológico se ha erigido a lo largo de ciento cincuenta años, el mutuo respeto entre el Estado y las asociaciones religiosas, independientemente de su signo confesional.
Por ello, en el eje de nuestra historia nacional se encuentra la Reforma y es ella, el puente en la línea del tiempo que une la etapa de la consumación de la Independencia nacional y los primeros años del México independiente con el período de la Revolución mexicana. Sin el conocimiento de la Reforma se hace incomprensible nuestra historia y se nubla la explicación cabal de la lucha por el poder político y la riqueza económica en nuestros días.
SEÑORAS Y SEÑORES: Al celebrar este homenaje a Don Benito Juárez con motivo del bicentésimo cuarto aniversario de su natalicio, iniciamos en todo el territorio nacional la magna conmemoración del Sesquicentenario del Triunfo de la Reforma, que no es otra cosa que la festividad cívica de la República por los ciento cincuenta años de vida del Estado moderno, del Estado Laico, en México; y rendir justo reconocimiento al mérito de esa gran generación de mexicanos, que sentó las bases de la democracia a la que aspiran los buenos mexicanos.
Porque sin estado laico no hay equilibrio político, ni equidad económica ni justicia social y, por lo tanto, no hay democracia.
Con un Estado premoderno, confesional o de religión de Estado seguiría existiendo en nuestro territorio la esclavitud, la servidumbre y la encomienda.
La convicción y los principios que inspiraron a Juárez “el Caballero Andante de la Conciencia Libre” y a la generación de la Reforma, son los mismos que hoy guían el pensamiento, la palabra y la praxis de las mujeres y hombres progresistas de México.
En nuestro tiempo, renunciar a la lucha por el Estado Laico sería inicua complacencia o frívola complicidad con quienes, desafortunadamente desde el gobierno, promueven la inequidad económica, el desequilibrio político y la injusticia social.
Permítaseme concluir citando la “Oda Cívica” del poeta Carlos Pellicer:“Juárez no has concluido”; “El día en que el Estrecho llegue a escuchar tus bronces, todos seremos fuertes, todos seremos grandes.”
ES CUANTO. MUCHAS GRACIASDR.
ONOSANDRO TREJO CERDA
Presidente de la Sociedad Cívica de México, A. C.
Hemiciclo a Juárez, Ciudad de México, D. F. a 21 de marzo de 2010