La Logia Masónica

lunes, 21 de diciembre de 2009


UN SERVIDOR, con el máximo respeto por la masonería y por sus prácticas, que sólo conozco por lo que me han contado y tengo mis dudas de la certeza de los relatos sobre ese tema, no entiende ese empecinamiento en la rehabilitación de la Logia de Santa Cruz, que están intentando llevar a cabo desde hace tantos años como aquel edificio de la santacrucera calle de San Lucas dejó de ser utilizado como sede de los que llamaban masones y de cuyas actividades se contaban cosas más o menos misteriosas, algunas poco o nada creíbles.

En aquella época de los años 30, uno, que contaba pocos años, comenzaba a desarrollar la curiosidad propia de los que desde las aulas de la escuela primaria empiezan a conocer cosas que no son ni juguetes, ni fútbol ni conciertos de la banda municipal los domingos, ni muchachas guapas ni andobas, que así llamábamos a las mujeres de bandera que no estaban al alcance de la pibada. Yo, que por la proximidad de la Logia Masónica al colegio de don Matías Llabrés, donde estudié primaria y, casi entera, secundaria, con algunos cursos en el Instituto de Enseñanza Media de la plaza de Sabino Berthelot, en Santa Cruz, y exámenes en el Cabrera Pinto de La Laguna, miraba como una mansión misteriosa aquella extraña logia de la que la chiquillada contaba cosas raras.

En 1936 estalló la Guerra Civil y las autoridades de la provincia, del lado del llamado Movimiento Nacional, requisaron y ocuparon la Logia Masónica, de la que desalojaron a los masones, la mayoría de los cuales fueron detenidos, sometidos a juicio y condenados o depuestos de sus cargos. Tenía entonces once años un servidor y formó parte de las llamadas Organizaciones Juveniles de Falange Española y luego Frente de Juventudes. Junto a soldados o falangistas armados, "los flechas", que así nos llamaban, hacíamos servicios de enlace en aquella casa convertida en sede de las organizaciones afectas al nuevo régimen como milicia de FE, SEU, Acción Ciudadana y las citadas Organizaciones Juveniles.

Recuerdo que los que estábamos acuartelados en la logia visitábamos, con extrañeza y hasta algo de miedo, una especie de cueva que estaba situada en los sótanos el edificio, que era como una especie de celda, llena de velas y extraños artilugios que decían diabólicos, donde los masones debían someterse a vigilias y permanencias temporales para probar su temple, según extraños ritos que nunca comprendí, quizás porque nadie me los explicó debidamente, porque por allí no había ni un masón, que estaban en las prisiones flotantes, instaladas en barcos anclados en la Dársena Comercial del puerto de Santa Cruz y luego pasaron a los talleres de Fyffes, situados en lo que hoy es la Rambla de las Asuncionistas.

En La Orotava hay un monumento histórico masón que ha sido bastante maltratado en su conservación por el Ayuntamiento de la Villa, como he comentado oportunamente en esta columna. Me parece que, como monumento, se conserve la Logia de Santa Cruz, pero no como reivindicación, con vida, de un templo masónico. A la Historia, lo que es de la Historia, pero sólo eso. No reconstruir una logia para que ahora cumpla la misma misión que antaño.
Fuente: www.eldia.es

 
 
 

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